La confianza en uno mismo es un principio delicado que tiene que ver con la autoestima, que a su vez responde a principios de difícil desentrañamiento. La mayor parte de la veces hunde sus raíces en la más tierna infancia y, o comienza a motrarse en la adolescencia, o bien en la vida adulta, pero generalmente, desde el comienzo de la adolescencia ya marca el modo de ser de la persona. En el caso de los hombres, ser poseedor de una envidiable forma física, unido a un cuerpo escultural, trabajado en el gimnasio -que por eso lo hacen-, ayuda a sobrellevar una autoestima tocada. La apariencia da una seguridad inmediata en medio de un mundo subyugado por la imagen. Y si además eres poseedor de un pollón de esos impresionantes ya ni te cuento. Lo del pollón es una cuestión meramente genética con la que no podemos lidiar, o se tiene o no se tiene, pero a juzgar por el éxito que han adquirido los adminículos para alargar el miembro viril, no hay tío que no quiera tener tres o más centímetros de polla de sobra, lo cual confirma que debe dar también mucha seguridad, sobre todo en ciertos ambientes, en los que el tamaño del nabo es condición sine qua non para ingresar y ser estimado. Lo cierto es que cada cual pone su seguridad en lo que piensa que se la puede dar, sus ídolos o fetiches, lo que pasa es que algunos son de libro, léase, la polla, el músculo, el trabajo bien considerado, el coche, la casa, la situación social o ser guapo. Pero es que un guapo enclenque ¿a dónde va?
De todos modos, la vida es aprender a considerarnos a nosotros mismos como valerosos y dotados de entidad, dignos de estima y de ser amados, aunque sea por nosotros mismos. A ver si aprendemos. Solo así sabremos apreciar a los demás por lo que valen, como personas dignas de estima y de ser amadas.